
Apocalipsis 3:20
¡Mira! Ya estoy a la puerta, y llamo. Si alguno oye mi voz y abre la puerta, yo entraré en su casa, y cenaré con él, y él cenará conmigo.
Cuando necesito conversar con alguien que realmente me entienda y me conozca plenamente, es cuando me arrodillo una vez más al filo de mi cama y comienzo a conversar con mi Padre celestial, aquel que no me juzga por mi pasado o por mi condición, simplemente me hace sentir que su amor es eterno por mí y que, aun siendo pecadora, su misericordia se renueva cada mañana.
No sé si te has sentido solo en este tiempo, pero lo único seguro que puedo mencionarte hoy es que siempre Él está a la puerta (Ap.3:20), dispuesto a escucharte y hablarte. Solo necesitas apartarte del trajín del día a día y buscar su presencia, pues cuando clamamos, Él toca nuestra vida con su Espíritu Santo.
“Así que acerquémonos confiadamente al trono de la gracia para recibir misericordia y hallar la gracia que nos ayude en el momento que más la necesitemos” Hebreos 4:16.
Comentarios